Vista de la instalación en la exposición Para quebrar los muros. Museo Nacional de Bellas Artes, La Habana, 2013.
Cincuenta trampas de acero, listas para ser accionadas por la pisada en falso de cualquier espectador distraído, son ubicadas en el recorrido ideal que debe hacerse para la contemplación de las obras de Antonia Eiriz (La Habana, 1929 – Miami, 1995) y Raúl Martínez (Ciego de Ávila, 1927 – La Habana, 1995) en una de las salas de la colección permanente dedicada a los 60´s en el Museo Nacional de Bellas Artes. Ambos artistas, en fechas bien tempranas, habían sido transgresores de su tiempo, tanto en lo formal como en lo conceptual. Entrenados en los lenguajes más contemporáneos de su época (lo instalativo, las apropiaciones, Nueva Figuración o el Pop), hábiles en el manejo sarcástico de los contenidos (Antonia) o en las lecturas múltiples y desacralizadoras de lo ideológico (Raúl), son figuras esenciales para pensar de forma anti dogmática la cultura de los sesenta en Cuba. En extremo controvertidos y también censurados, son los protagonistas del espacio que Lorena interviene y lo hace mediante una relación inevitablemente peligrosa, trazando un recorrido físico, gestual, al que se expone el espectador convertido ahora en actor de este performance inducido: como el zorro que debe a su astucia la capacidad de sobrevivencia.
Lorena sabe que la Historia del Arte debe ser releída con recelo, en particular en casos en que la ideología permea y se sobrepone a cualquier otra forma de conciencia social. Sus trampas en el piso del museo insisten en ello. Como en el resto de su obra, Soliloquio del Zorro es la encrucijada de la duda.