En algún texto anterior referí que Korda nunca pudo fotografiar la pobreza porque no la conoció. Su clímax artístico transcurrió primero en una ciudad llena de luces (La Habana de los 50 y parte de los 60), y a partir de 1959 en un país que recorrió en detalle de la mano de sus líderes quienes se movían a todo lo largo de la isla protegidos por la estela del triunfo. También viajó el mundo entero, pero siempre desde posiciones similares: belleza y confort.

En sus últimos años continuó viajando por el mundo, pero desde el prestigioso espacio cultural que le ofrecía, merecidamente, la fotografía que había hecho de mujeres y de líderes. Ese privilegio no lo hizo menos auténtico. Por el contrario, nos dejó una visión diferente de la Cuba de esas décadas que hoy agradecemos por artística y por documental; una visión de otra cara de la realidad que también existió.

De no haber existido ese Korda, no hubieran existido esa Cuba, ni esa Habana, ni esos líderes, ni esas mujeres.